Como muchos habitantes de la Villa, vinimos por primera vez como viajeros durante unas largas vacaciones en el Sur y nos alojamos en este rincón de la Patagonia antes de regresar a nuestra casa en el Norte. Muy ansiosos de conocer ese pueblo cerca de Bariloche del que mucho escuchamos hablar. Ya en ruta fuimos descubriendo la imponente belleza natural de las montañas, el lago y el bosque. Poco a poco y con el correr de los días nos fuimos enamorando cada vez más de la Villa, maravillándonos con la riqueza de sus paisajes y también de la calidez de su gente. Ese espíritu emprendedor y todo terreno con el que los lugareños supieron poblar, lejos de todo. Así como sus nuevos habitantes que con valentía arriesgaron todo para hacer de este su hogar.
Ya más habituados, empezamos a disfrutar de los pequeños detalles, mínimas cosas que nos llevaban a recuerdos de la infancia, el aroma del pan casero, el leve y constante ruido de ramas azotadas por el viento, el sonido de innumerables aves, pero también el silencio. Ese silencio tan profundo, que junto a la inmensidad de un paisaje desolado nos perdieron en el tiempo y el espacio. En un lugar, que se intuye no ha cambiado en miles de años, resulta imposible no desconectarse, sentirse en otros tiempos, remotos y primitivos, y chocarse de bruces con nuestra propia esencia
Finalmente, en vísperas de nuestra partida, fatigados ya todos los senderos de Península Manzano, subimos una colina que en principio parecía imposible. Con los últimos alientos del día llegamos a su cima y volteamos la mirada, descubrimos toda la belleza de la Patagonia, sus montañas, lagos y bosque resumida en ese horizonte, fue en ese momento, tomados fuertemente de las manos que supimos cuál era nuestro destino, que al otro día no nos estábamos yendo a casa, porque desde ahora nuestro hogar sería este.
Nuestro espíritu viajero y nómade nos ha llevado por el mundo, cada vez más lejos y más profundo, en cada regreso traemos un poco de ese conocimiento adquirido. En cada nuevo lugar, encaramos nuevas travesías con el espíritu de un 'residente breve' más que el de un turista, y parte de ese espíritu es el que siempre quisimos transmitir a nuestros huéspedes en Colina. Que rápidamente puedan dejar de sentirse visitantes, para sentirse en su nuevo hogar, un hogar que deberán compartir con las aves, los árboles y las estrellas.
Muchos han regresado, pidiendo alojarse en la misma casa, pareciera más que un regreso una continuación, un libro que se abre en la última página en que se lo dejó, para seguir escribiendo su historia en la Villa.